lunes, 17 de enero de 2011

Romeo y Julieta

Nadie lo entiende. Nadie lo aprueba. Nadie quiere que piense en él.
Ella suspira cuando lo ve, se admira por sus talentos, aprecia su humildad.
Pero es justamente eso lo que nadie entiende. Su humildad.
La humildad que lo hace sincero, que no teme a decir sus miedos.
No se esfuerza ni aparenta, él es como es.
No tiene nada que decir, nada que dar, nada que ofrecer.
Solo su esencia es suficiente para ella. Ver lo que Dios hace en su vida, como lo cuida y le dice que de él no se olvida.
A ella le encanta ver el poder de Dios actuar en él. Pero él no lo sabe, no se jacta, no lo entiende.
Simple  y complejo, lleno de ideas, de dones, de retos.
Pero no es para ella. Eso dicen. No es suficiente.
Familias y grietas, dolores y puertas abiertas.
Las familias son enemigas. Simplemente no lo aceptan.
Ella no comprende, pero no se inquieta. Solo espera, tiene miedo.
Ella cuida lo que nunca cuidó. Se arrepiente de muchas cosas, agradece por librarse de esas cosas y mira para adelante.
Teme no conseguir su amor. Porque ella sí lo admira, sí lo aprecia, sí valora la tremenda obra de Dios.
Ella tiene miedo de perderlo antes de tenerlo. De esperar por siempre en el balcón.
Porque todos le dicen que no es su Romeo, que está loca, que se olvide de lo que siente, que esté tranquila y que piense.
Y eso hace. Sigue sin mover un dedo.
Porque aprendió que la paciencia y la espera son los mejores aliados. Que a largo plazo traerá paz, riquezas eternas y bendición.
No lo olvida. Por eso retrocede antes de cometer un error. Por eso antes de buscar a Romeo. Prefiere buscar al creador.
Romeo hace lo mismo. Se ha dado cuenta que es lo mejor. No tiene cabeza para otras  cosas. Solo trabaja y confía en Dios.
 Testigo y protagonista, corista y solista.
¡Fuerzas Romeo!, ¡Esperanzas Julieta! Porque sea lo que sea y  pase lo que pase, El que los creó, tiene la historia resuelta, Él conoce el desenlace, y sea que algún día estén juntos o no, el final para ambos, será siempre y para siempre el mejor.

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